Canadá está en el aire. Hasta el momento, no existe ninguna resistencia o elemento que interfiera en su camino para impedir o desacelerar el efecto de la caída. Es un movimiento perfectamente rectilíneo y uniformemente acelerado, el tiempo que tarde en caer va disminuyendo proporcionalmente a su causa gravitatoria, en este caso, el resquebrajamiento interior y la ausencia de liderazgo.
Lo que sale a la luz pública son los aranceles de Trump, una posible cesión de soberanía e independencia, o que Estados Unidos se anexione Canadá. Pero el “divide y vencerás” es evidente en cómo los demás actores geopolíticos han tomado ventaja de las circunstancias, y no es para menos.
No hay peor ciego que el que no quiere ver, así como el primer ministro, Mark Carney, que en sus discursos sólo culpa a Estados Unidos de la amenaza a un colapso inminente del país, afirmando con vehemencia que Trump busca debilitar a Canadá, cuando la verdad a gritos es que Canadá ya está herida de muerte y no precisamente por ataques externos, sino por su propio partido.
Las jugarretas de Trudeau con tal de mantenerse en el poder han hecho estragos, por supuesto con el beneplácito del Partido Liberal, quien lo mantuvo dirigiendo al país por doce largos años hasta que la impopularidad fue tan insostenible que no podía esconderse más. A mediados de diciembre ya se sabía que el parlamento lo iba a sacar con el voto de no confidencia y le llamarían a juicio. Es así que renuncia, en una medida desesperada, pero antes da el último empujón a Canadá hacia el abismo, de modo que para salvarse él, a su partido y a sus intereses no muy loables, decide dejar al Estado en el aire, sin gobierno y sin parlamento, suspendiéndolo por más de dos meses.
Un dato que inquieta es que esta medida, gravemente inconstitucional y antidemocrática, no podría ser posible sin la aprobación del Jefe de Estado, la Corona británica, que hasta el momento se ha mantenido calladita, pero que en su momento dio la aprobación para que Trudeau hiciera y deshiciera con Canadá cuanto quisiera.
Llama la atención que una resolución tan arbitraria no haya sido condenada por los medios de comunicación, o al menos no lo suficiente. Cómo es posible que en pleno 2025 un país tan “fuerte” y de los llamados del “primer mundo” quedara ingobernado, totalmente acéfalo, durante casi doce semanas por un arrebato de un sólo individuo impopular. Canadá fue denigrada a la vista de todos, y ahora se rasgan las vestiduras por una subida de impuestos.
Por suspuesto, después de los daños causados, Carney y su partido, en aras de ganar algo de legitimidad, hacen malabares convocando elecciones parlamentarias a finales de abril. Sin embargo, no se trata de una lesión superficial, es una herida interna, profunda, que no se ha diagnosticado a tiempo, y es menester que el país recobre la integridad que ha ido perdiendo poco a poco, especialmente bajo la era Trudeau, cuando se desvió la atención de las políticas realmente importantes, mientras impartían ideologías woke y destinaban el gasto público a medidas aberrantes e inconstiticionales y dejaban de lado las necesidades imperantes de los canadienses.
Aún no ha caído Canadá, aún no ha tocado el suelo. Hay variables que pueden generar un leve giro de rumbo del País. Lo importante es que reaccione y no sea amnésica de los errores del pasado, ha de recobrar su identidad, su libertad (por mucho tiempo mal fingida), su democracia… su soberanía y, entonces, saldrá adelante.




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