El petróleo se nos acaba y el gobierno es muy consciente de ello, pero a veces pareciera que estuviera sumido en un cuento de hadas (ó mejor de Nobel) que olvidó por completo la realidad del país y, ahora cuando despierta, la economía colombiana se va a pique a una velocidad desenfrenada. La necesidad de exploración petrolera que tanto se le advirtió nos ha cogido fuera de base, Colombia estaba en otro dilema, y la crisis nos agarró dormidos y peleados.

Hoy, el país tiene reservas petroleras para escasos 5 años y medio, es decir que, si no se toman medidas estrictas, drásticas y hasta dolorosas, en el 2022 produciríamos alrededor de 400 mil barriles diarios del 1 millón necesarios para abastecernos, lo que implica que tendríamos que recurrir a la importación aún cuando la industria petrolera aporta el 65% con 200 billones de pesos a las rentas nacionales (más de 33 veces el precio de Isagén), sin embargo, la producción va en 827.00 barriles diarios que equivalen a una pérdida de 23 billones menos a la Nación.

A Ecopetrol, que es dos terceras partes de la industria, solían ordeñarlo hasta sacarle el 80% de utilidades,  situación que hacía imposible su crecimiento y, cuando intentaron frenar ya era muy tarde, además, las últimas cifras indican que los 14 billones de pesos que Ecopetrol manejaba en caja fueron reducidos a menos de la mitad, de modo que no puede reinvertir, aún con Echeverry y todo que haga malabares para amortiguar la caída, pero es muy comprensible que se tuviera que sacar de algún lado para tanto gasto e “inversión pacifista”.

En el mundo hay más de tres mil bloques que están ofreciendo áreas petroleras y Colombia no está siendo competitiva con la oferta, las cargas tributarias para las empresas inversionistas no son compensatorias con el precio del crudo, porque mientras acá se les exige un asfixiante 70%, en el Golfo de México, por ejemplo, manejan una taza del 54% de aporte al Estado. Esto, sin contar con las enormes contrariedades que deben enfrentar por los distintos gremios y comunidades que, desinformados, bloquean e impiden la exploración y estudios de sísmica necesarios para la producción en el país.

Además, el gobierno no se puede hacer el de la vista gorda con los compromisos adquiridos por las respectivas compañías, es decir, es necesario que haya una seria supervisión de lo pactado en cuanto a las cifras de exploración y explotación que asumieron tener cada una de estas empresas, incluyendo, la petrolera estatal de Noruega Statoil, que por cierto, anda muy calladita haciendo de las suyas en la Costa Caribe desde hace casi dos años, situación curiosamente conveniente para un Nobel otorgado desde tan lejanas tierras donde, además, iniciaron los diálogos (en ese entonces clandestinos) con las Farc.

La procrastinación siempre hace estragos, y a Santos se le advirtió en repetidas ocasiones del colapso inminente de la economía para que previniera al país de la enfermedad holandesa, pero el hizo caso omiso y se dedicó a tapar el sol con un dedo. Hoy, su sillón de confort con las commodities se ha desinflado, y el no saber manejar los ciclos pasó factura porque el que no busca no encuentra, y el que no explora no explota.

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